La peor enfermedad de los nuevos cronistas y de los no tan nuevos es creer que las buenas historias deben ser escritas necesariamente en primera persona. El ‘yoísmo’ es una enfermedad periodística.
Las mejores historias no tienen al cronista de protagonista, de estrella. El periodista es parte de la historia, el periodista mira y experimenta, pero no tiene por qué introducir el YO en cada párrafo.
Una historia es buena cuando SE SIENTE que el periodista estuvo allí. Una historia es débil cuando SE VE que el periodista estuvo allí. Para lograr lo primero hay que manejar muy bien las técnicas narrativas, el sentido común, el buen gusto y la humildad. Para lo segundo simplemente hay que buscar la fama, y el reconocimiento fácil (pero, sobre todo, no dejes de hacer buenos amigos).
Luis Miranda es de los primeros. Es un cronista que SE SIENTE. Por eso, El Pintor de Lavoes y otra crónicas, de Ediciones del Erizo, es un libro imprescindible para quienes esperan construir historias perdurables.
Miranda sorprende con sus entradas (lead) elaboradas con alma de catchascanista, y sus finales de pintor que baila salsa en las bravas calles del Callao. Y aunque sabe ser delicado, por lo general el Oso Miranda te golpea con frases que nunca sabes cómo pudo inventarse, para esos finales que nunca se te ocurrieron. Por último, el mejor cronista tiene una presencia invisible
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