Un coro de mujeres y varones de pelos emblanquecidos, con ponchos pampas que cubrían los cuerpos, colocaron las carpetas con el repertorio entre las manos mientras afinaban las voces. Un leve rasguido de guitarra rompía el silencio sepulcral de aquel día de cielo de nubes grises, hace tres años.
Una multitud de vecinos conmovidos seguían en silencio la ceremonia de despedir los restos de una joven, de nombre Liliana y de apellido Molteni, asesinada 29 años antes; como 29 fue el día de octubre que la inhumaron en el pueblo. Su cuerpo había sido enterrado en forma anónima en una tierra anónima, junto a otros, en el cementerio de Avellaneda en 1976. Cada uno arrojado con crueldad a una fosa común en la noche trágica de los años de plomo.
Olga, la mamá de Liliana, alzó la voz para entonar el himno a la paz y cantar “Sólo le Pido a Dios”. Los demás integrantes del coro “Ayun - Tun” acompañaron cada estrofa para romper el silencio de la ceremonia.
A pocos metros, Fernando, el papá, permanecía con la mirada enrojecida que apuntaba al cielo; de las nubes caía una breve llovizna. En la penumbra de la capilla, ubicada en la entrada del cementerio, una pequeña urna blanca cubierta con una bandera y una flor contenía los restos de la joven trenelense que un día se fue a estudiar a la ciudad de La Plata se recibió de periodista y regresó a su tierra un octubre triste. Sólo dos coronas de flores fueron colocadas en el piso: Una, de la municipalidad y el pueblo de Trenel y otra, de los compañeros del colegio secundario.
Las voces se alzaron para pedir que el dolor no sea indiferente y muchos no pudieron contener el llanto. Algunos bajaron la vista, otros alzaban los cuellos de las prendas mojadas por la llovizna. Solo unos pocos abrieron los paraguas. Cuando las voces del canto se desvanecieron, Olga y Fernando, con más de ochenta años en la mochila de la vida, caminaron hasta la capilla y alzaron la urna con los huesos de su hija. Caminaron con el dolor sostenido entre los brazos por el pasillo central del cementerio, enmarcado por árboles de poca altura, con forma de sombrillas. Por detrás el cortejo de personas que raspaban las suelas en las baldosas y la tierra de los caminos angostos entre tumbas bajas y altas. Nada se oía en la tarde, sólo los pasos.
La urna blanca fue colocada en un nicho con pocas flores y con una placa que recuerda la memoria. Ese 29 de octubre, Trenel escribió en su historia el primer caso de recuperación en democracia de los restos de un pampeano desaparecido.
La noche que la secuestraron, Liliana Molteni compartía una vivienda precaria en Lanús Oeste, provincia de Buenos Aires, junto a Daniel Elías, su compañero de militancia y una nenita de dos años, que ambos cuidaban. Un grupo de tareas de la dictadura militar los secuestró. La pequeña niña quedó en manos de una vecina. Se presume que Liliana y Daniel pasaron algunos días cautivos en el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield. Después, fueron acribillados.
El viernes 31 de octubre a las 11, en el cementerio de Santa Rosa, serán inhumados los restos de Daniel. En la semana que se cumplen 25 años del retorno de la democracia, al suelo pampeano retornará uno de sus hijos; una compañera lo espera.
Una multitud de vecinos conmovidos seguían en silencio la ceremonia de despedir los restos de una joven, de nombre Liliana y de apellido Molteni, asesinada 29 años antes; como 29 fue el día de octubre que la inhumaron en el pueblo. Su cuerpo había sido enterrado en forma anónima en una tierra anónima, junto a otros, en el cementerio de Avellaneda en 1976. Cada uno arrojado con crueldad a una fosa común en la noche trágica de los años de plomo.
Olga, la mamá de Liliana, alzó la voz para entonar el himno a la paz y cantar “Sólo le Pido a Dios”. Los demás integrantes del coro “Ayun - Tun” acompañaron cada estrofa para romper el silencio de la ceremonia.
A pocos metros, Fernando, el papá, permanecía con la mirada enrojecida que apuntaba al cielo; de las nubes caía una breve llovizna. En la penumbra de la capilla, ubicada en la entrada del cementerio, una pequeña urna blanca cubierta con una bandera y una flor contenía los restos de la joven trenelense que un día se fue a estudiar a la ciudad de La Plata se recibió de periodista y regresó a su tierra un octubre triste. Sólo dos coronas de flores fueron colocadas en el piso: Una, de la municipalidad y el pueblo de Trenel y otra, de los compañeros del colegio secundario.
Las voces se alzaron para pedir que el dolor no sea indiferente y muchos no pudieron contener el llanto. Algunos bajaron la vista, otros alzaban los cuellos de las prendas mojadas por la llovizna. Solo unos pocos abrieron los paraguas. Cuando las voces del canto se desvanecieron, Olga y Fernando, con más de ochenta años en la mochila de la vida, caminaron hasta la capilla y alzaron la urna con los huesos de su hija. Caminaron con el dolor sostenido entre los brazos por el pasillo central del cementerio, enmarcado por árboles de poca altura, con forma de sombrillas. Por detrás el cortejo de personas que raspaban las suelas en las baldosas y la tierra de los caminos angostos entre tumbas bajas y altas. Nada se oía en la tarde, sólo los pasos.
La urna blanca fue colocada en un nicho con pocas flores y con una placa que recuerda la memoria. Ese 29 de octubre, Trenel escribió en su historia el primer caso de recuperación en democracia de los restos de un pampeano desaparecido.
La noche que la secuestraron, Liliana Molteni compartía una vivienda precaria en Lanús Oeste, provincia de Buenos Aires, junto a Daniel Elías, su compañero de militancia y una nenita de dos años, que ambos cuidaban. Un grupo de tareas de la dictadura militar los secuestró. La pequeña niña quedó en manos de una vecina. Se presume que Liliana y Daniel pasaron algunos días cautivos en el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield. Después, fueron acribillados.
El viernes 31 de octubre a las 11, en el cementerio de Santa Rosa, serán inhumados los restos de Daniel. En la semana que se cumplen 25 años del retorno de la democracia, al suelo pampeano retornará uno de sus hijos; una compañera lo espera.