Una opinión de Paulina Roblero Tranchino
Periodismo literario. Una polémica unión que marca una forma diferente de observar y narrar el mundo, lo cotidiano, lo histórico y lo particular. Su presencia da vida al uso de recursos literarios tan válidos como la información que es expuesta. Reconocibles por su proyección en el tiempo y por la pluma de quien las crea. Las crónicas son el punto de encuentro entre estilo literario y la investigación periodística.
La crónica. Para algunos la marca de una exquisita y complementaria forma de enfocar y narrar los hechos, para otros un híbrido terrible que carece de sentido y lógica argumental. La constante batalla entre la supremacía de los estilos periodísticos convierte a la crónica en el parámetro a seguir de muchos, evocando y copiando particulares estilos y firmas de connotados periodistas literarios o escritorios investigativos. También es posible notar el repudio de quienes se limitan a una estructura rígida, pasiva y poco comprometida con el arte de saber narrar o plasmar una historia a través de hechos y datos.
Es a raíz de esto que podemos ver cómo existe un continuo cambio de bando entre los cronistas; pues de periodistas reconocidos pueden pasar a escritores primerizos, indagando y circulando por territorios que aún no manejan con propiedad, pero de los que harán su reino como suele suceder. También es posible encontrarse con escritores que juguetean con el análisis detallado, con la información exacta y la participación activa de notas dignas de un periodista. El paso de un escenario a otro, de una profesión a una pasión activa, es la posible causa que genera las envidias de quienes se atienen a su oficio sin innovar en la narratividad.
La razón es simple. Con la crónica la pluma cobra vida. El rol presencial del periodista se expande a sectores más libres de expresión, los hechos pueden ser tomados de distintas aristas, es posible detenerse a observar otras zonas, quizás ignoradas, por las líneas editoriales de los medios y gracias a esto, a la libertad, pueden sumergirse en sectores inexplorados de gran peso. La crónica recoge fundamentos literarios y se cobija en técnicas periodísticas que la someten a una unión particularmente rítmica y permisiva. Puede incluso que en ocasiones la imaginación supere la realidad de los hechos, pero esto no significa que una crónica falte a la verdad. Si puede significar que saque lo mejor de ella, o que mire el vaso medio lleno pero a veces un tanto vacío. La receta aún no está muy clara.
El ornitorrinco
Para Francisco Mouat la crónica está presente en todos lados,el fi ltro es quien recoge las historias. Narrar los hechos cotidianos, pequeñas desventuras (con moralejas en ocasiones graciosas) es parte de las licencias creativas que de tan buena forma maneja el texto literario. En algunos momentos la crónica puede hablar de lo no necesariamente relevante, pero de lo sí armoniosamente planteado. El muñequeo entre contingencia, crítica, banalidad y opinión pueden compartir sabrosamente espacio en un juguera de caracteres bien incorporados.
La crónica está conformada por una serie de mezclas, cual ornitorrinco. Este ejemplo es usado por Juan Villoro, quién define a la crónica como: “La encrucijada de dos economías, la ficción y el reportaje”. El hemisferio creativo se une con el hemisferio racional dando vida a quién dedica su vida, quizás de forma más prolongada de lo querido, al freelance. Sometiéndose así al cheque esporádico, que alimenta no sólo su estómago, sino que ayuda a su pisoteado ego. Los cronistas de hoy no tienen el respeto y la soberbia de antaño. El territorio que dominó tan firmemente la voz latinoamericana, parece diluirse en un mar de blogs de opinión, guinchas informativas y el acelerado consumo del detalle exacto y preciso, carente de decoraciones o presentaciones prolongadas. Pero la crónica es una maravilla. En ella, el relato de los hechos hace cómplice al lector como invitándolo a leer una novela de no ficción en tiempos cortos. Deleitarse con la particular forma de los autores de plasmar la realidad en un texto firme y constante, es un placer al intelecto; un culto masivamente impopular, pero muy bien remunerado por el intelecto del lector
La extinción de la crónica aún no comienza, pero los acelerados tránsitos de la posmodernidad consumen todo, hasta el tiempo y la dedicación del lector. Martín Caparrós señala que la crónica llega a ser una posición política en medio de una supremacía de noticias, en ocasiones, tan irrelevantes. Por ello la crónica se convierte en el medio de escape de la población para enfrentarse a temas nuevos.
La lección que debemos aprender es que hay que saber cuidar las reliquias que hay en los testimonios de nuestro tiempo.
De la crónica al reportaje
Hay que dar un paso pequeño para pasar de la crónica al reportaje, pues ambos indagan en detalles precisos para construir una investigación que sea informativa. Pero el estilo subjetivo y en ocasiones poético se pierde en la travesía que va de uno a otro. A pesar de ser versátil, y a atreverse a romper los moldes tan rígidamente expuestos por las reglas del periodismo, el reportaje se queda más en el dato duro, en la palabra precisa y en el eterno y utópico intento de ser neutros ante la exposición de los hechos. La calidad y rigurosidad de los datos sobrepasan, pero no del todo, el amplio campo de juego que posee la crónica. Además, el reportaje es de exclusivo dominio de los periodistas, alienando por completo cualquier intento de un atrevido escritor inspirado por ser parte de él. En este caso, las reglas del juego están claras.
De todas formas, ambos constituyen la mirada más profunda y dedicada que se puede construir. Son compañeros en un escenario que intenta recuperar el énfasis de la palabra ante la inmediatez y apurado tránsito de los lectores.
La crónica, como mezcla perfecta entre literatura e información, tiene una vigencia infinita, mientras seamos varios los que intentamos reubicarla en su merecido sitial.
Los invito a que se den el tiempo de recorrer diversas miradas y estilos con autores como: Juan Gelman, Carlos Monsivais, Francisco Mouat, Martín Caparrós, Rosa Montero, Ryszard Kapuscinski, Pedro Lemebel, Ima Sanchís, Alberto Fuguet y Manuel Vincent, entre otros..