Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas

viernes, 28 de marzo de 2008

La calle de los cien años

“Dame media hora más”, grita una voz casi infantil a la encargada del ciber mientras sus manos sacuden el teclado de la computadora. Sus ojos están clavados en el monitor. A poca distancia, entre la penumbra y encajonado por tabiques de maderas, otra voz reclama más acción con los auriculares colocados. Los juegos en red despiertan reflejos que los dedos ágiles tratan de expresar en el teclado y en el mouse. Juegan interconectados con otros chicos, que desde otras máquinas participan de la misma competencia. Están cerca, se gritan cosas, pero no se miran. Los ojos siguen fijos en las pantallas.
Otros se sumergen en el mundo del chat, jugando con monosílabos, abreviaturas y símbolos, en citas a ciegas. El idioma irrespetuoso y veloz surca el ciberespacio y se mete en otros monitores, quizás de amigos virtuales. Acumulan un listado de contactos con nombres exotéricos. El desenfado abunda en la conversación. El ciber es una ventana para comunicarse al mundo; un lugar dónde se amigan soledades virtuales y reales. “Te espero en la vereda”, dice una chica a una compañera de colegio. Afuera, algunos adolescentes se apiñan bajo un toldo. Sus dedos presionan las teclas de los celulares. Un mensaje de texto busca su destinatario. En la vereda bicicletas de todos los tamaños esperan desparramadas, informales, como ellos.
Enfrente sobre mesas redondas y cuadradas, las cartas españolas patinan sobre el mantel o el paño. Como hace tres o cuatro décadas, o más. En el club, retumban voces adultas y risas. Hombres canosos dejan su vida en las partidas de escoba. Se desafían y entretienen su tiempo después del almuerzo y antes de la siesta pueblerina. El fútbol o la política despertarán alguna polémica en las charlas. Y si no existe tema, alguien lo provocara. En su vitrina, el club acumula trofeos. Las paredes muestran fotos en blanco y negro. Equipos de fútbol o jugadores de bochas, recuerdan las competencias ganadas. El olor a comedor invade el ambiente. Los diarios están desparramados sobre el mostrador, juntos a vasos, tazas y sifones revestidos de plástico. El club reunía amigos y complicidades. Alteraba rivalidades lugareñas y generaba hechos sociales. Fomentaba bailes y deportes. La música de las orquestas unió parejas y generó casamientos.
En la esquina, un hombre de 90 años, baja de su bicicleta de ruedas petisas, con dos portaequipajes. Domingo, tiene casi tantos años como la vida del pueblo de Trenel. En el manubrio lleva colgada la bolsa plástica de los mandados con raya de colores verticales. Su tienda ubicada en la esquina de San Martín y 9 de Julio supo ser una de las tiendas más importantes de Trenel. Sus paredes altas están erosionadas. Las persianas metálicas permanecen bajas. En una de las vidrieras cuelgan guardapolvos. La puerta lateral, de dos hojas, sobre la calle San Martín tiene un cartel colgando de un hilo de nylon: “Ya vengo”, dice. A su lado calcomanías publicitan a un calzado infantil. Otra redonda recuerda los cien años de Trenel. “Laferrere Campeón”, dice una alargada, con el escudo del club.
Por dentro los tubos fluorescentes rompen la penumbra. Un largo mostrador soporta la antigua caja registradora, cubierta por un nylon. Las estanterías están semi vacías. Cuando las calles en Trenel eran de tierra y los sulkys quedaban amarrados a las argollas de hierro que aún existen en los cordones, los compradores alzaban su mirada, que se posaba sobre las cajas con sombreros en el último estante. Domingo Rivero recuerda la época con nostalgia y lucidez. Recorre la amplitud de la tienda, de piso de madera, y techo alto del cual colgaban carteles de publicidad de ropa.
Las vitrinas de madera y vidrio ocupaban el centro. Telas, pantalones, camisas, calzado, se ofrecían a los compradores que llegaban desde las localidades vecinas. Los dueños y empleados ofertaban la mercadería vestidos con camisa, corbata y tiradores. “La gente llegaba desde el campo y se hospedaba en los hoteles o las fondas. Después salían de compra”, dice Domingo, cuya tienda esta ubicada a pocos metros de la estación del tren, que ya no tiene campana ni vagones. Ahora es un ropero comunitario. La tienda acumula cajitas con muestras de botones, y perchas vacías. Un almanaque de taco recuerda el día y el año. Cientos de familias se vistieron en la “Tienda Casa Rivero” y pasearon su andar, cuando la avenida San Martín era de tierra y tenía un bulevar, que después se quitó, y ahora dicen va a volver. “Algunas cosas vuelven, pocas”, dice Domingo, que llegó a Trenel con 22 años. Un billete de la Lotería de Uruguay le dejó un buen premio y se trasladó al pueblo junto a parte de su familia. Desde aquel tiempo joven, por casi 70 años, Domingo consumió parte de su vida en la tienda, cuyo nombre asoma borroso en el cartel de la esquina. En una de las veredas, junto a las argollas dónde se ataban los sulkys, un antiguo surtidor a manija, pintado de rojo y blanco, recuerda en su globo superior la marca de un combustible americano.
Mientras, Domingo sube a su bicicleta, los chicos en el ciber, abren fotolog que expresan estados de ánimos, junto a fotografías. “Postearan”, y dejaran sus firmas en otros paginas. Sus mensajes tendrán tantas simplificaciones como dibujos, un código que manejan con facilidad, ajeno a otras generaciones, rompiendo reglas de ortográficas y semántica.
La calle San Martín, a una cuadra de la estación de tren, reúne a chicos que se sumergen el ciber y a los adultos que prefieren la contención del club, tratando de sumar quince, para gritar “escoba”. A pocos metros, un hombre de lente marrones y con gorra, los observa entrar y salir. En la esquina de su tienda quedaron marcadas las épocas, cuando el ciber era un antiguo almacén de ramos generales bautizado con nombre italiano, y en el club sonaba la orquesta para alegrar noches alumbradas por solitarios focos en las esquinas, bajo los cuales se dibujan los juegos en la tierra.

lunes, 14 de mayo de 2007

Trenel, heredero de la nobleza de un conde

El pueblo tiene origen noble, quizás porque un Conde lo fundó cuando el año 1906 se consumía entre el rojo calor del sol de octubre sobre sus calles anchas. Su nombre no tiene un solo significado y aún se discute por él. Origen indígena para algunos; relacionado con la historia pampeana, para otros. Tal vez una leyenda, dicen otras voces. Lo cierto es que Trenel, pueblo enclavado en el norte de La Pampa, a 120 kilómetros de Santa Rosa, capital de la provincia, tiene tonada francesa en sus seis letras, aunque su población se nutrió en sus orígenes de italianos llegados del Piamonte y de españoles venidos de Galicia. Las vías del tren trazadas por los ingleses ya hacía tiempo que estaban por allí, aunque hoy lucen tristes. La antigua Estación del Ferrocarril fue pintada para la fiesta, pero ya no hay pasajeros sobre el andén. En tren, había llegado el Conde Devoto hasta el Meridiano V, donde descendió. Dicen que venía acompañado de sus tres hermanos y de un gran auto que fue desembarcado en el lugar. Luego emprendieron camino hasta llegar a Trenel. Su inmensa riqueza lo hizo comprar casi 400 mil hectáreas de campo.
Es una porción de esas tierras creció el pueblo. Devoto, que durante 35 años fue presidente del Banco Italia y Río de la Plata en la Argentina, y cuya fortuna era una de la más sólidas de Sudamérica abrió una sucursal en el pequeño pueblo, justo enfrente de la estación. No era casual. Comparada la producción de Trenel con la del total del país en 1910, se concluye que por cada 1.000 toneladas producidas ese año en toda la República, 20 procedían de las Colonias Trenel. El pueblo crecía al ritmo de las cosechas y en los galpones del ferrocarril cientos de hombres cargaban bolsas. Del tren de pasajeros, que llegaba tres veces a la semana procedente de Once, seguían desembarcando hombres y mujeres con grandes valijas y baúles. Las palabras sonaban en distintos idiomas y las letras de las cartas eran esperadas con ansiedad. En el medio, cientos de historias familiares truncas. Lágrimas por las guerras en tierras lejanas. Tristezas propias cuando el mal clima o el mal gobierno destruían las economías hogareñas. Las fondas eran el refugio para la alegría o el olvido. La música del acordeón sacudían las profundas noches que se iluminaban hasta una hora después de la medianoche. Después el silencio y la ronda nocturna de los policías a caballos. El Conde no volvió más al pueblo. Su impronta quedó estampada en los edificios, en la Terza Italia de la cual fue socio fundador y también en la iglesia, ya que su segunda esposa donó los fondos para construirla. Un gran cuadro pintado por Luis Boni, descansa sobre una de las paredes de la Casa de la Cultura del pueblo. En el se puede observar a Antonio Devoto en los trigales de Trenel, según reza la descripción. Que Luis Boni haya pintado ese cuadro no es casualidad. Era uno de sus artistas preferidos y quien pintó los frescos de la Basílica San Antonio de Padua en Villa Devoto. En esa iglesia, descansan los restos de Antonio Devoto y su cuerpo está en una cripta de estilo napoleónico. A 100 años de su fundación el pueblo de Trenel mantiene sus calles anchas, el antiguo Banco de Italia es hoy una sala de teatro, y en los galpones del ferrocarril ya no hay bolseros. Mientras tanto, sus pobladores esperan la fiesta por los 100 años que se cumplirán el 20 de octubre de 2006. Dicen que en ese mes el sol y el aire claro se enciende como fuego de brasas y el viento acerca el aroma a cosecha. También dicen que la nobleza anida en cada hogar, y que eso no es vanidad, es legado de un Conde.