Debajo de un árbol, en una tierra lejana y extraña, murió Pascal Terry. Tenía 49 y el sueño intacto de correr el Dakar. En el monte pampeano su vida se apagó en forma lenta: bajó de su moto, se quitó el casco y buscó la sombra de la planta que no conocía. Allí sentado, y con algún malestar por el esfuerzo de correr en su moto Yamaha 450, la mirada recorrió un terreno ajeno a su país: Francia. A la región de su nacimiento: Normandía.
Entre los árboles de La Pampa, en soledad y sin ayuda, quizás bebió un poco de agua y recordó a su pareja y su hijo. Mientras su cuerpo cedía, la tecnología para ubicar a los pilotos también cedía y revelaba impericia. “Murió por un edema pulmonar, por la ingesta de algún alimento”, dijeron voces oficiales, muchas horas después. Cuando lo encontaron, Pascal estaba boca arriba, con su espalda apoyada en un suelo arenoso. En un tiempo descansará para siempre en su tierra, de verdes matizados, desde donde partió una mañana con el sueño de correr en moto el Dakar. La muerte lo cruzó demasiado temprano. Adios, Pascal, tu patria espera por vos. Otros deberán responder por la incompetencia.
Entre los árboles de La Pampa, en soledad y sin ayuda, quizás bebió un poco de agua y recordó a su pareja y su hijo. Mientras su cuerpo cedía, la tecnología para ubicar a los pilotos también cedía y revelaba impericia. “Murió por un edema pulmonar, por la ingesta de algún alimento”, dijeron voces oficiales, muchas horas después. Cuando lo encontaron, Pascal estaba boca arriba, con su espalda apoyada en un suelo arenoso. En un tiempo descansará para siempre en su tierra, de verdes matizados, desde donde partió una mañana con el sueño de correr en moto el Dakar. La muerte lo cruzó demasiado temprano. Adios, Pascal, tu patria espera por vos. Otros deberán responder por la incompetencia.
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