martes, 15 de julio de 2008

Lunes, otra vez


Es lunes, otra vez, y la familia de Héctor Arguello se apresta a cumplir con las labores de mantener la huerta comunitaria. Ocupan un espacio de tierra, en el barrio Ranqueles, en la esquina de las calles 46 y 25 a pocos minutos del centro de la ciudad. Son ellos una de las 600 familias de General Pico que tienen su huerta. Algunas de mayor superficie, otros cultivan a menor escala en terrenos de unos 100 metros cuadrados.
El hijo mayor de Héctor inició sus vacaciones de invierno hundiendo sus pies en la tierra, caminando en forma lenta detrás del caballo que tira de la rastra. Por unos días, al igual que otros chicos, se alejó de los pupitres de la Unidad Educativa, pero el receso estará surcado por el esfuerzo.
En otro sector del terreno, el sol y el aire caliente orea la ropa colgada en un improvisado tendal sostenido por dos palos. La hija de Héctor, que cursa estudios en la Escuela 241, tiende cada prenda. Muchos defensores del planeta la aplaudirían. Los ambientalistas afirman que si se volviera a la vieja costumbre de tender la ropa, se reduciría notablemente el calentamiento global de la Tierra.
Héctor se lamenta por la piedra caída semanas atrás que malogró en parte la acelga. Pero, muestra el invernadero levantado con colaboración y asesoramiento de la comuna, la provincia y el INTA. Dice que con el aporte de los especialistas pudo construir el túnel. Allí crece lechuga, remolacha, perejil, rúcula. Eso le permite mejorar la economía familiar en invierno, esperando que los meses de verano entregue una buena producción. Entonces serán entre 16 a 20 los productos que comercializarán. Héctor muestra las instalaciones, mientras su hijo sigue en la tarea de pasar la rastra para quitar el “ajo macho”. Después lo junta, apila y lo quema. Cuidan de la tierra, para rotarla. Lejos de las discusiones por la soja, que parecen haber calcinado suelo y cabezas. “Si hay algo que le exijo a mis hijos es que estudien”, dice Héctor, que con sus 39 años, es padre de tres y junto a su esposa pone su empeño en vivir de lo que produce.
A unos 80 metros está la casa de Angel. Vive con su madre y hace 12 años que trabajan en la huerta. Un día llegaron desde Mendoza y se quedaron. Explica todo con una sonrisa mientras camina la casi hectárea de tierra que trabaja. Toda su familia se dedicó siempre “a la quinta”. Su producción de lechuga amarga y dulce, zapallitos, calabazas, y acelga, la vende en comercios que el recorre con una moto y un carrito. “Mi principal herramienta de trabajo es el caballo”, dice. Al igual que otros emprendedores pudo realizar un invernadero para proteger la producción y está terminando la infraestructura. Espera que el clima no maltrate sus horas de manos hundidas en el suelo.
Se estima que el mayor porcentaje de personas dedicadas a la huerta familiar son jubilados y muy pocos jóvenes. Con el plan impulsado desde Desarrollo Social y el INTA se busca que las familias abandonen el asistencialismo y vuelquen sus esfuerzos a trabajar la tierra.
Lejos de las marchas y las contramarchas. De palabras descalabradas por las retenciones, familias silenciosas, empujan un caballo y una rastra, para poner en su mesa el alimento cotidiano. Como en otros tiempos, cuando la granjas ocupaban el fondo del patio de la casas y la soja era una palabra casi desconocida.

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