lunes, 30 de junio de 2008

Los que viven de la basura


Hay en General Pico 42 familias que viven de los residuos. Sus manos enguantadas se sumergen de lunes a sábado entre la basura domiciliaria que miles de vecinos sacan todas las noches. Están agrupados en una cooperativa, bautizada como “Don Alberto” y tienen entre sus dedos la responsabilidad de separar los residuos de toda la población.
Los camiones cargados con bolsas de todos los tamaños y colores acarrean entre 30 y 35 toneladas de basura por día. La llevan hasta la planta de reciclados de residuos urbanos (R.R.U) dónde comienza el proceso de selección.
Allí, 10 mujeres y 32 hombres se enfundan con guardapolvos, guantes y botas, para ubicarse cada uno en su puesto. Comenzarán a las seis y media de la mañana, y su día laboral termina cerca de las dos de la tarde.
Ocho se ubican en el elevador y seis de ellos cortan las bolsas llenas de residuos. Dos son los abastecedores. Desde pilas hasta restos de comida, todo sube hasta la cinta dónde se clasifican los residuos.
“Funcionamos como cooperativa independizada desde hace más de dos años. Este es nuestro trabajo, y somos los que recibimos toda la basura de los domicilios de General Pico. Después de la clasificación y las prensas, quedan armados fardos que pesan entre 300 y 400 kilos”, explica Angel Duarte.
Mientras recorre la planta, un ruido permanente a vidrio se escucha en el exterior de la planta: miles de botellas se amontonan una sobre otra, al caer por un túnel que las trae desde el primer piso. Tienen distintos tamaños. Desde las de sidra hasta las de vino de selección. Con etiquetes o sin ellas, pero todas juntas.
En la planta alta de la planta, sobre un piso metálico enrejado, con una especie de balcón, las manos de los trabajadores y las trabajadoras, separan la basura. La cinta transportadora gira y trae todos los residuos que previamente fueron quitados de las bolsas en el elevador.
Cada uno tiene una tarea. Se separa el cartón, del cartón sucio; lo orgánico de lo inorgánico. El papel blanco va para otro lado y el de color aparte. A las botellas plásticas se les quitan las tapitas que son colocadas en tarros, igual que las pilas. El aluminio y el cobre también son separados y colocados en otro sector. El plástico se divide según su densidad. Después las prensas hacen su trabajo.

Fardos. Antonio Arévalo tiene 36 años y siete hijos. Es el encargado de la planta por decisión de sus compañeros. “Acá la gente te elige o te saca para cada puesto”, dice. En sus palabras se encuentran uno de los principios cooperativitas: un hombre, un voto. Antonio es el primero en llegar a la Planta y el último en irse. Todos los días se levanta a 5 de la mañana. Le gusta su trabajo. “Este es mi laburo”, cuenta mientras abre los brazos mostrando el lugar. Seis de sus hijos van a la escuela 241. El más chico es un bebé de un año y nueve meses. “Es el que cuida la casa junto a mi mujer”, dice entre risas. “Además, no soy el que más hijos tiene, hay un compañero que tiene 10”, aclara.
En el galpón retumba el ruido de la maquinarías y las voces de los otros integrantes de la cooperativa. “La mayoría de nosotros hace años que estamos juntos y tenemos buena convivencia. Algunos jóvenes ingresaron hace menos tiempo y se adaptaron bien”, cuenta Antonio.
Mientras el grupo de la mañana, acomoda sus herramientas y espera por el vehículo utilitario que los lleve a la ciudad y sus hogares, Antonio, explica que por la tarde se realizan las tareas de mantenimiento.
“Es un equipo de tres personas, muy responsables. Deben realizar la limpieza del playón, de los rodillos, de las cámaras, las cintas y también hacen los fardos”, cuenta. Para Antonio, su faena termina cuando llegan ellos.
Después, por la noche, las manos de los vecinos depositarán sus residuos en bolsas que los camiones recogen. La tarea de clasificar la basura comenzará de nuevo como cada mañana, cuando los dedos de los trabajadores de la cooperativa hurguen en cada residuo. Para ellos, las tapitas de la botellas no tienen premio; llevan el significado de la palabra sacrificio.

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