martes, 29 de julio de 2008

La vida en calesita



La vida suele ser una calesita que gira por cientos de pueblos. Y así ocurre para los integrantes de un parque de diversiones móvil que cada jueves por la tarde levanta el telón y comienzan con la función. Durante un día y medio estuvieron armando cada juego, ensamblando cada pieza ante la mirada de los chicos del pueblo. Llegaron a Trenel desde La Maruja, lugar que hacía años no ingresaba un parque y que los chicos, junto a su familia agradecieron. El próximo destino aun no lo tienen pensando. Quizás Ingeniero Luiggi o tal vez General Pico.
“Somos la diversión de los más humildes”, dice Cecilia, una mujer que no ha llegado a las cuatro décadas, y cuya pasión es el circo. En sus años más jóvenes se colgó de aros y anclas bajo las carpas. “El alma de todo circo es la pista”, agrega con seguridad. Por diez años su vida estuvo allí con malabares y trapecios. Su cielo fue la carpa y la pista su lugar en el mundo. Cada recuerdo la conmueve y modifica el tono de su voz. Antes de eso fue abanderada en la secundaria y ahora está estudiando analista de sistema a distancia.
Luego enfocó hacia el parque de diversiones en un emprendimiento que se inició de a poco. Junto a su pareja, Sebastián, y dos hijas viajan en colectivo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. En otro micro viaja parte de la familia. Es la caravana de un parque de diversiones que tiene en su estadística casera miles de kilómetros andados, y cientos de pueblo conocidos.
El colectivo es el hogar portátil de Cecilia y Sebastián. Esta equipado con todo lo necesario para el bienestar: camas cuchetas, cama doble, placares, un baño completo, dos televisores, una computadora, cocina, lavarropa automático, mesas y sillas. Cuando llegan a cada pueblo estacionan la unidad, y se inicia el trabajo. Para ellos es su razón de ser, y por eso no se afincan ni en la ciudad grande ni en el pueblo pequeño, sino en la casa que cargan a cuestas como el caracol. Dicen que si tuvieran que elegir un lugar dónde quedarse seria cerca de los cerros y del sonido del agua de un río.
Sebastián, junto al hermano de Cecilia y algún ayudante lugareño arman cada juego. Distribuyen los lugares donde ira desde los kioscos, hasta los inflables, y los eléctricos. A pocos metros, Cecilia extiende un toldo desde el colectivo hasta unos palos que sirven de parantes. Acomoda todas sus plantas, los pájaros y suelta a los animales. Los loros copian palabras y la galería del hogar móvil está lista, con una mesa plástica servida.
Los que arman el parque saben que el jueves por la tarde se abre la función y es algo que ellos respetan. Solo el clima puede alterar la rutina que saben de memoria. Y en pocas horas convierten un terreno desolado, en un sitio de alegrías pasajeras. Es un montaje de entretenimientos que para muchos chicos es la única forma de reír con lo diferente. “La calesita es el payaso del parque”, grafica Cecilia para mostrar la importancia del juego en el esquema del parque.
Después dice que conoce toda La Pampa, “pueblo por pueblo” y que cada lugar tiene sus propios modos. “Algunos lugares son de gente más abierta, más afecto a este tipo de entretenimientos, otros más cerrados”.
Sebastian, dice que a poco de instalarse en una ciudad o pueblo intuyen si la gente es “cirquera” o no. Luego cuenta que las artes marciales es algo que práctica con entusiasmo y que no deja de enseñar. Mientras el viento helado sacude el colectivo, Cecilia y Sebastián se despiden esperando que el clima les permita trabajar por la tarde. En pocos días el camino se abrirá hacia otro punto cardinal del país donde comenzará la función. Detrás del telón imaginario hay escenas de la vida cotidiana que sudan para mantener la ilusión de mantener girando la calesita.

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