Fabién atracó su motocicleta cerca del cordón de la vereda del café y escrutó lentamente a los parroquianos. Casi todos estaban sentados alrededor de las mesas ubicadas bajo los toldos. Cuando identificó a la mujer con pollera larga floreada le preguntó por Erica. Dominique, algo sorprendida, le dijo que su amiga estaba en su departamento, terminado de pintar un cuadro en acuarela. Los demás escucharon el dialogo sin prestar mayor atención, y asistiendo con gestos.
A pocos metros, justo en el medio de las calles que forman la esquina, Patricio sostenía en brazos a su hijo de dos años y tenía la mirada clavada hacia el sur de la ciudad, como vigilando. La luz del sol se colaba entre las nubes que arrojaban sombras sobre el asfalto adoquinado.
Algunas mesas del café estaban ocupadas por parisinos del barrio. Otras por músicos holandeses Para muchos, el lugar era un remanso, un refugio de artistas en medio de un país invadido por soldados extranjeros.
Un grupo de ocho jóvenes compartían su charla, y más atrás, un matrimonio adulto tomaban una cerveza. Todos estaban protegidos por el toldo principal que cubría la entrada y que llevaba impreso: “Café Tabac”.
Dominique insistió ante el motociclista sobre la necesidad de Erica de terminar su pintura antes del domingo. Fabién entendió el mensaje antes de arrancar su moto y partir con rapidez. El joven conocía bien la zona: Casas de uno o dos pisos y veredas angostas con esquinas semi circulares. Por meses estudió los movimientos de los vecinos, sus costumbres y miró con atención a cada extraño.
El rumor del motor de la moto le indicó a Patricio que debía alejarse de la calle. Fue el momento que alteró la tarde parisina. Un camión y un auto estacionados cerca del café se pusieron en marcha y frenaron con violencia cerca de los parroquianos. Desde adentro de los vehículos cinco hombres de la resistencia francesa bajaron con ametralladoras y secuestraron a un hombre.
Estaba parado junto al cordón y a su mujer observando artesanías y unos cuadros diminutos colocados sobre un largo tablón. Casi todos llevaban la firma de un tal Van Gohg. El hombre, -un espía nazi-, no alcanzó a quitarse las manos de los bolsillos cuando los de la resistencia lo cargaron a la fuerza en medios de gritos e insultos.
A los pocos minutos Dominique se alejó del Café Tabac y todos sus acompañantes se perdieron por la calles de la ciudad. El matrimonio de adultos lo hizo después, dejando cuatro monedas sobre la mesa.
A los pocos días, un diario distribuido en forma clandestina confirmaba la noticia. La Resistencia tenía escondido en algún lugar de Francia al espía nazi, Ralf Hendrich. Entre sus ropas le encontraron un pasaporte falso con el nombre de Cristóbal Lato, y decía ser procedente de Polonia
La Resistencia dijo que el espía era un asiduo concurrente al Café Tabac, y se hacía pasar por editor. Tenía planeado hacer volar el lugar ya que sospechaba que allí se reunían los hombres del buró político que luchaban por la liberación de Francia.
El domingo 23 de diciembre, el cuerpo del espía Cristóbal Lato apareció tirado en un baldío, cerca de unos edificios altos. Tenía dos disparos en la cabeza, ambos en la frente. A su lado, había una valija. Adentro sólo tenía cuatro monedas, unas acuarelas y un pincel.
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