(foto y texto gentileza suspendelviaje)
Preguntarse para qué escribir es como preguntarse para qué cagar, soñar, escuchar música o estudiar chino mandarín. Son cosas que se hacen y listo. En lugar de interrogarnos por la utilidad de lo que hacemos deberíamos insistir en lo que hacemos. Una vez le preguntaron al novelista Saúl Below qué sintió al recibir el Premio Nobel. No lo sé –dijo-. Todavía no escribí nada sobre eso. De esa respuesta se desprende que escribir es pensar. ¿Pensar sobre qué? Sobre cualquier cosa que importe. Si no escribo sobre lo que pasa no sé lo que pasa. Por eso se dice que quien escribe (así sea un blog, un diario íntimo, un graffiti en el baño) ya tiene una doble vida, es infiel a las apariencias, viaja a otros mundos con su imaginación y no pide permiso a nadie. Desde hace un mes o dos estoy escribiendo un relato sin forma ni finalidad (La caminata) solo porque me gusta. No hay historia ahí. No hay proyecto alguno. Lo hago apenas para saber qué pasará con la pareja protagonista, en qué terminará su deriva absurda por bosques, lagos y desiertos. Todas las noches escribo un capítulo. Durante el día sólo espero que llegue el momento de mayor excitación. ¿Por qué? Porque al igual que las viejas que miran telenovelas mexicanas quiero saber cómo sigue la cosa. No tengo ideas previas. Me entero en el proceso de narrar lo que no entiendo. Escribir es entonces pensarse, conocerse y hasta poner en duda los rumbos elegidos. No es poco para justificar el dolor de espalda, cierto retiro del mundo, el caño que gotea y gotea en la cocina pidiendo a gritos que lo arregle.
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