(“Leer detalles de mi propia vida y, aún más, escribir sobre ese tema, constituye para mí un auténtico martirio”. Lo dice Chéjov, el gran escritor ruso, en carta a un amigo. El siglo XIX se estaba cerrando. Chéjov tenía 39 años y, no pudiéndose negar a enviar un breve currículum a pedido de un editor, escribió esta rápida y seca autobiografía. Omitió ahí dos datos claves: que padecía tuberculosis, enfermedad de la cual murió, y que se había casado con la actriz Olga Kniepper quien lo acompañó hasta sus últimos días. Un buen ejercicio sería comparar esta autobiografía con la que compuso Rodolfo Walsh).
“Yo, A.P. Chéjov, nací el 17 de enero de 1860 en Taganorg. Primero estudié en la escuela griega próxima a la iglesia del zar Constantino. Luego en el instituto de Taganrog. En 1879 ingresé en la facultad de Medicina de la Universidad de Moscú. En general, en aquella época tenía un concepto vago de las distintas facultades y no recuerdo en qué consideraciones me basé para decantarme por la Medicina. Pero no me arrepiento de la elección. Ya en el primer año empecé a publicar en revistas semanales y en periódicos, y a comienzos dela década de 1880 esas ocupaciones literarias adquirieron un carácter permanente y profesional. En 1888 me concedieron el premio Pushkin. En 1890 viajé a la isla de Sajalín y más tarde escribí un libro sobre nuestras colonias penitenciarias y prisiones. Sin contar las reseñas, las recensiones, los artículos, los sueltos y todo lo que he escrito día tras día en los periódicos, y que ahora me sería difícil buscar y reunir, en veinte años de actividad literaria he escrito y publicado más de cinco mil páginas impresas de relatos y cuentos. También he escrito obras de teatro.
Estoy convencido de que la práctica de la medicina ha ejercido una profunda influencia en mi actividad literaria, pues ha ampliado notablemente el campo de mis observaciones y me ha proporcionado conocimientos cuyo verdadero valor para un escritor sólo puede comprender un médico; también ha ejercido una influencia orientativa; probablemente, gracias a mi familiaridad con la medicina, he evitado muchos errores. El conocimiento de las ciencias naturales, del método científico, siempre me ha tenido en guardia; siempre que me ha sido posible he tratado de atenerme a los datos científicos. Y, cuando no ha sido posible, he preferido no escribir. En ese sentido me gustaría señalar que en el arte las convenciones no siempre permiten una correspondencia plena con los datos científicos; no se puede representar en el escenario una muerte como sucede en la realidad. Pero la correspondencia con los datos científicos debe percibirse también en tales circunstancias; es decir, es necesario que el lector o el espectador comprenda que se encuentra ante un escritor experto. No pertenezco a esa clase de escritores que manifiestan una actitud hostil a la ciencia ni me gustaría formar parte de quienes extraen conclusiones sobre cualquier tema con la única ayuda de su cabeza.
En cuanto al ejercicio de la profesión médica, siendo estudiante trabajé en el hospital provincial de Voskresensk (cerca de Nueva Jerusalén), en la sección del renombrado médico provincial P.A. Arjanguelski; más tarde, durante un breve período he trabajado como médico en el hospital de Zvenigorod. En los años del cólera (92-93) dirigí el sector de Mélijovo, en el distrito de Serpujov”.
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