En Trenel crece el Arbol de la Memoria
Rodeado de palmeras, rosas y un sauce llorón, a pocos metros del Monumento a la Bandera y el busto al General San Martín, se encuentra este ceibo, único árbol de la plaza principal de Trenel que se destaca por tener un monolito blanco con tres placas a sus pies.
El día que lo plantaron corría un frío helado que perforaba la piel y paralizaba corazones mientras el cielo se tornaba oscuro. Una mujer de 80 y pico de años caminó con lentitud hacia el lugar donde debía plantar el retoño traído desde el jardín de su propia casa apoyada en su compañero de toda la vida. Los rostros de los presentes trasmitían sentimientos de admiración, de dolor, de tristeza profunda. Hombre grandes, mujeres jóvenes, adolescentes con guardapolvos, niños en brazos de sus padres formaban parte de la muchedumbre.
Primeros fueron sus manos la que tomaron la pala para arrojar algo de tierra, luego lo hizo él, y después muchas manos más compartieron la ceremonia llena de emotividad. Habían pasado casi 30 años de silencio, dolor y padecimientos. Esa tarde, esas manos, que impresionaban por su fortaleza, no temblaron a pesar de su edad. Aún muchos ojos seguían hinchados por el llanto espontáneo. Despacio, muy despacio, vecinos, docentes, amigos, políticos rodearon a estos padres que con entereza envidiable soportaron los años de indiferencia y ahora estaban allí para recordar lo que muchos quisieron hacer olvidar. Uno a uno fueron tomando la pala para ayudar a plantar el ceibo y enterrar la apatía. Las nubes grises comenzaron a despedir una leve llovizna. Ellos dos permanecían firmes recibiendo abrazos silenciosos que, quizás, pedían perdón. Las manos de esa madre se elevaron un poco para secarse las lágrimas. Un día, esas mismas manos ataron un pañuelo blanco para colocarlo sobre su cabeza para pedir por su hija. Manos que habían preparado la comida favorita de su hija y abotonado su guardapolvo para ir a la escuela caminando por la plaza. Cuantas veces la habrá cruzado llevando el portafolio marrón que aún está guardado en algún rincón de la casa que no alcanzó a conocer
Cuando el silencio se hizo más profundo, una voz rompió la tarde con un grito: ¡Liliana Molteni, presente! Y otras voces respondieron: ¡ Ahora y siempre!.
El cielo se terminó de oscurecer, la llovizna se convirtió en lluvia, y la tristeza terminó de invadir las calles. El árbol de la memoria como lo bautizó esa madre, ya estaba plantado. Y a pesar de no ser la época, a las pocas semanas dio los primeros brotes, señal de las buenas raíces y los buenos cuidados. Esa madre, esa mujer, nunca dudó que el árbol crecería. Y cuando puede camina desde su casa hasta la plaza. Con sus manos coloca tres pequeñas flores en el monolito que recuerda a su hija desaparecida en junio de 1976. A pocos metros, el ceibo, que venció el mal clima y la indiferencia ciudadana, la acompaña en la ceremonia intima de rendir tributo a quién no está.
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