sábado, 2 de agosto de 2008

La llave en la mesa

Sobre la mesa del bar, cubierta con un mantel plástico transparente, descansan juntos un sifón y una botella de Cinzano, al lado esperan ansiosos dos vasos.
Eligió para nuestro encuentro la fonda de Don Demarchi, más conocida en el pueblo como “el cojudo grande”. Tal vez porque a pocos metros él tiene su casa y su taller. Antes fue carpintero, él mismo hizo las sillas plegables sobre las que estamos sentados pero ahora se dedica a la herrería, oficio que todavía dice amar.
Cuando me senté su rostro y su postura me conmovieron. Parecía apesadumbrado, su cara roja por el calor de la fragua -que acababa de abandonar- le marcaba con crudeza las arrugas. Sus ojos celestes parecían más claros, y el pelo blanquecino estaba despeinado.
Le había costado llegar hasta allí, a pesar de que su casa estuviese a pocos metros. Yo tuve que caminar casi la misma distancia, y confieso que tampoco fue fácil.
El dueño de la fonda nos dejó un plato con aceitunas sobre la mesa y se marchó. Las estanterías estaban abarrotadas de bebidas, donde sobresalían una botella de anís 8 Hermanos, tres de ginebra Bols, y varias sidras. Sobre el mostrador, se encontraba el diario La Prensa doblado junto a varios mazos de cartas y a un frasco con porotos. Un acordeón que seguramente había sonado durante toda la noche, apoltronaba sus fuelles sobre el despintado mueble
El calor agobiante se metía en el lugar que había sido abandonado por los parroquianos. Sólo moraban los interrogantes.
El sonido de un trueno alteró nuestras miradas, y anunció la esperada lluvia. Las palabras demoradas en la boca salían como pidiendo permiso. Sus explicaciones sonaban vanas, superficiales, imprecisas, desdibujadas, falsas, verdaderas. Un grito de la calle alteró la pesada paz: Adiós don Emilio! Sólo respondió el saludo con un ademán hecho con la cabeza.
Las primeras gotas caían sobre la tierra encendida como fuego, y el viento arrastraba a un cardo ruso, mientras el aroma a cosecha se dispersaba.
Siempre esperó que mi escritura fuera mejor que la suya, y que mis párrafos fuesen más elocuentes Aunque él, solo había llegado a quinto grado en su España natal, poseía una cultura ilimitada. Era dueño de un saber que sólo horas dedicadas a la lectura pudieron dárselo.
Su pluma quedó estampada en el semanario Claridad que fundó en 1933 para difundir sus ideas socialistas, que solía gritar en las esquinas del pueblo en los mítines políticos. La voz profunda lo ayudó a convertirse en un buen orador. No me supo explicar en que momento se alejó de la política. Su memoria parecía frágil, y la mella de los años se marcaba en sus manos algo temblorosas. Al fin de cuenta, llegar a la Argentina de 1904 con solamente 16 años, no fue tarea fácil.
En la soledad del barco, en la soledad de un país, pasó un tiempo hasta que un tren lo llevó al pueblo en 1912. Allí plantó su vida. Ahora frente a frente, y 40 años después, nos encontramos, quizás para dejar su testimonio y aclarar los puntos oscuros.
La tormenta ya estaba encima de los techos del pueblo, y el aire claro había desaparecido. Un nuevo chorro de soda en el vaso para refrescar la garganta y así poder retomar las palabras, entre gotas de sudor que recorrían la frente.
Un niño en pantalones cortos y con el pelo empapado deja el pan en la puerta de la fonda, mientras el segundo vaso de Cinzano muere en el día. La lluvia apura sus gotas, pero no las palabras. El tiempo parece detenerse. “La pipa, algunos diarios viejos, una libreta de tapa azul y las cartas las dejo en un cajón del mueble que están en la habitación. Esta es la llave que lo abre. Las respuestas a tus preguntas las tendrás que buscar vos”. Respiró profundo y se levantó muy despacio; bebió el último sorbo del vaso y me dio la mano. Lo miré a los ojos, y me pareció más alto. Por la ventana seguí su figura hasta que desapareció entre la lluvia y el tiempo. Sobre la mesa quedó la solitaria llave.

martes, 29 de julio de 2008

La vida en calesita



La vida suele ser una calesita que gira por cientos de pueblos. Y así ocurre para los integrantes de un parque de diversiones móvil que cada jueves por la tarde levanta el telón y comienzan con la función. Durante un día y medio estuvieron armando cada juego, ensamblando cada pieza ante la mirada de los chicos del pueblo. Llegaron a Trenel desde La Maruja, lugar que hacía años no ingresaba un parque y que los chicos, junto a su familia agradecieron. El próximo destino aun no lo tienen pensando. Quizás Ingeniero Luiggi o tal vez General Pico.
“Somos la diversión de los más humildes”, dice Cecilia, una mujer que no ha llegado a las cuatro décadas, y cuya pasión es el circo. En sus años más jóvenes se colgó de aros y anclas bajo las carpas. “El alma de todo circo es la pista”, agrega con seguridad. Por diez años su vida estuvo allí con malabares y trapecios. Su cielo fue la carpa y la pista su lugar en el mundo. Cada recuerdo la conmueve y modifica el tono de su voz. Antes de eso fue abanderada en la secundaria y ahora está estudiando analista de sistema a distancia.
Luego enfocó hacia el parque de diversiones en un emprendimiento que se inició de a poco. Junto a su pareja, Sebastián, y dos hijas viajan en colectivo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. En otro micro viaja parte de la familia. Es la caravana de un parque de diversiones que tiene en su estadística casera miles de kilómetros andados, y cientos de pueblo conocidos.
El colectivo es el hogar portátil de Cecilia y Sebastián. Esta equipado con todo lo necesario para el bienestar: camas cuchetas, cama doble, placares, un baño completo, dos televisores, una computadora, cocina, lavarropa automático, mesas y sillas. Cuando llegan a cada pueblo estacionan la unidad, y se inicia el trabajo. Para ellos es su razón de ser, y por eso no se afincan ni en la ciudad grande ni en el pueblo pequeño, sino en la casa que cargan a cuestas como el caracol. Dicen que si tuvieran que elegir un lugar dónde quedarse seria cerca de los cerros y del sonido del agua de un río.
Sebastián, junto al hermano de Cecilia y algún ayudante lugareño arman cada juego. Distribuyen los lugares donde ira desde los kioscos, hasta los inflables, y los eléctricos. A pocos metros, Cecilia extiende un toldo desde el colectivo hasta unos palos que sirven de parantes. Acomoda todas sus plantas, los pájaros y suelta a los animales. Los loros copian palabras y la galería del hogar móvil está lista, con una mesa plástica servida.
Los que arman el parque saben que el jueves por la tarde se abre la función y es algo que ellos respetan. Solo el clima puede alterar la rutina que saben de memoria. Y en pocas horas convierten un terreno desolado, en un sitio de alegrías pasajeras. Es un montaje de entretenimientos que para muchos chicos es la única forma de reír con lo diferente. “La calesita es el payaso del parque”, grafica Cecilia para mostrar la importancia del juego en el esquema del parque.
Después dice que conoce toda La Pampa, “pueblo por pueblo” y que cada lugar tiene sus propios modos. “Algunos lugares son de gente más abierta, más afecto a este tipo de entretenimientos, otros más cerrados”.
Sebastian, dice que a poco de instalarse en una ciudad o pueblo intuyen si la gente es “cirquera” o no. Luego cuenta que las artes marciales es algo que práctica con entusiasmo y que no deja de enseñar. Mientras el viento helado sacude el colectivo, Cecilia y Sebastián se despiden esperando que el clima les permita trabajar por la tarde. En pocos días el camino se abrirá hacia otro punto cardinal del país donde comenzará la función. Detrás del telón imaginario hay escenas de la vida cotidiana que sudan para mantener la ilusión de mantener girando la calesita.

El Angel de la Bicicleta está en La Pampa

La solidaridad no se toma vacaciones y la honestidad no sabe de recesos de invierno. Brian Nicolás Basualdo, de 13 años, se despertó un poco más tarde en su primer día de descanso escolar. Compartió una taza de leche que le convidó su abuela, y se subió a la bicicleta. En el manubrio colgó dos bidones plásticos transparentes, como su vida y su mirada, para traerlo llenos de agua potable.
Vive en una humilde vivienda del barrio EPAM levantado por los propios ocupantes, en la calle Sargento Cabral, hacia el oeste de Trenel. Allí comparte sus días con su abuela, Adela, su abuelo, José y una de sus hermanas, Fiorela. Nicolás pedaleó pasada las 10 de la mañana por la calle 9 de Julio hasta la planta potabilizadora. A pocos metros de cruzar la calle España vio un portafolio tirado en la calle cerca de uno de los cordones. No dudó un instante, lo cargó y lo llevó hasta una de las radios FM locales. Adentro había una suma de dinero cercana a los 10 mil pesos, documentación personal y una chequera. Todo extraviado por un hombre de campo.
Momentos antes, Héctor Muñoz, había estado en la sucursal del Banco de La Pampa. Realizó gestiones y retiró un dinero ahorrado para pagar gastos. Después se dirigió hacia la oficina de unos consignatarios de hacienda con quienes compartió una conversación adentro y afuera del lugar. Al parecer, Muñoz apoyó el maletín con el dinero y la documentación en la rueda de auxilio ubicada en la caja de la camioneta en la que circulaba y lo olvidó allí. Cuando arrancó, el maletín cayó al pavimento.
A las pocas cuadras, el productor se dio cuenta del faltante y comenzó a recorrer la zona. Se dirigió a la Comisaría y luego hasta la sucursal del banco que en ese instante estaba llena de clientes. Su maletín y el contenido estaba ya a salvo: Nicolás Basualdo lo había encontrado y depositado en los estudios de FM La Voz.
Tanto Héctor Muñoz como su esposa, Marta Barbero se mostraron muy emocionados por el gesto. “Hice unas cuadras en la camioneta y me di cuenta que me faltaba el maletín. Regresé rápido al lugar dónde había estado, pero no había nada, y fui hasta la comisaría. De allí me aconsejaron que vaya hasta el Banco para denunciar el faltante de la chequera. Fue un momento de mucho nerviosismo”, contó Muñoz a La Arena.
“Cuando decidí ir hasta la FM (La Voz) para avisar que había perdido el maletín, no podía creer que ya lo habían devuelto”, agregó. En su interior acumulaba miles de pesos, junto a la documentación. Nada faltaba.
La esposa de Héctor, Marta Barbero, se emocionó al recordar el gesto del chico. Y rescató la forma en que fue educado. “Vamos a regresar a abrazarlo”, dijo la mujer que también, tuvo elogios para los integrantes de la FM dónde fue devuelto el maletín con dinero. Nicolás, por su parte, siguió con su rutina: disfrutar de los días de recesos junto a sus amigos del barrio. Sabe que la honestidad es un valor tan preciado, como el agua potable que va a buscar todos los días, en su bicicleta de ángel.